El Círculo de fuego IX

¡El desenlace del I Proyecto de Escritura Conjunta!

IX




No había tiempo que perder. Lenin y Psycho fueron directamente a la habitación de Lex. Llamaron a la puerta durante un intervalo de tiempo aceptable y, lo aceptasen o no, no había nadie que abriera desde dentro. Lenin maldijo por lo bajo.

-¿Siguiente movimiento, Lenin? Dentro de una hora empezará el juicio.

Lenin atrapó la muñeca de Psycho con una fuerza aterradora y se la llevó de los pasillos de las residencias del Instituto para llevarla a su despacho. El comportamiento de Lenin hizo mella en ella cuando se dio cuenta de que la llevaba a su despacho.

-¡Suéltame! –Gritó soltándose de un tirón-. ¿Crees que no sé llegar a mi propio despacho?

Se encerraron en él y comenzaron a planear lo que harían en el juicio.

                                                   ***
-Uff..., por poco –susurró Lex.

Los dos seguían con la mirada fija en la puerta que momentos antes estaban aporreando Psycho y Lenin. Después de recuperar la piedra de su escondite en la habitación de Lex y cerrar la puerta, les había dado el tiempo justo a torcer la esquina que había cinco puertas más allá cuando esos dos aparecieron con caras de demonio.

-Pandora, tengo que ir a hacer una cosa antes del juicio. Por favor, quédate aquí y no te muevas hasta que sea la hora de ir, ¿vale?

Y allí pasó los cincuenta minutos más largos y más cortos de su vida, tirada en el suelo y abrazándose a sí misma; procurando no pensar en lo que el futuro le aguardaba. Los diez minutos restantes los gastó en el camino de vuelta a su habitación. Si no estaba allí cuando fueran a buscarla se formaría un tumulto impresionante. Así que decidió evitarlo.

                                                   ***

La sala donde se celebraba el juicio era de un tamaño que imponía nada más poner un pie en ella. Con una mirada silenciosa Pandora buscó inútilmente a Lex. Ni rastro de él en toda la habitación. En aquellos momentos, con la piedra Ónix en su bolsillo, se sintió extrañamente vulnerable. Sentimientos incoherentes e irracionales la poseían por momentos. Se sentía sola, acompañada, feliz, furiosa, clara, feroz, dubitativa, insolente, respetuosa, curiosa, impotente, hechizada... Anduvo lo requerido y se sentó donde le correspondía. Enfrente, Psycho y Lenin le perforaban con la mirada. Por un momento se sintió diminuta e inútil.

-Pandora –comenzó Psycho-, esta noche estás aquí porque tus actos cometidos en el pasado son imperdonables y debes pagar por ellos.

Ante esto Pandora hizo una mueca con la incredulidad dibujada en ella. Entre sus facciones podía leerse de todo menos arrepentimiento. Sentía muchas cosas, pero aquello no. Se sentó todavía más recta, si podía, y con un respeto fingido dijo:

-Perdone, pero ¿cómo quiere que me arrepienta de algo que ni siquiera recuerdo haber hecho? Puede que sus palabras sean verdad o puede que no lo sean, y se lo digo desde ya, no van a conseguir manipularme según sus intereses. Que no recuerde nada no les da derecho a secuestrarme y acusarme de robar una piedra que ni sabía que existía y, para su información, no soy un saco manipulable e indefenso.

Psycho y Lenin estaban visiblemente alterados por la respuesta de Pandora. Lo que no parecieron notar es que acababa de decir que “no sabía que existía la piedra”, no que no lo supiese en ese momento.

<>, pensó Pandora con una sonrisa burlona muy bien escondida. Psycho se disponía a escupirle una respuesta con odio inyectado cuando un estruendo quebró el incómodo y delicado ambiente.

A la enorme puerta de la sala del juicio poco le faltó para salir disparada de sus goznes. Julián y Vértebra entraron a la carrera en la sala con lo que parecía ser el cuerpo inconsciente de una chica. Durante medio minuto fueron los protagonistas del acto. Cada par de ojos presente en la sala estuvo pendiente de ellos. Psycho no podía creer lo que vía: ¿cómo era posible que Vértebra siguiese vivo? Lo pensó unos segundos y en milésimas obtuvo la respuesta: traición.

-¡Tenemos el cadáver de Pandora! –se apresuraron a decir Vértebra y Julián.

-¡¡Arrestadlos!! –gritó Psycho fuera de sí. No quería creer lo que le había hecho Julián y, justo por eso, ambos lo pagarían con la muerte. No toleraría que se rieran de ella de ese modo.

-¿Qué pasa, Psycho? –dijo Pandora con guasa a la vez que se ponía de pie-. ¿Ya has perdido los papeles? Ah, con tampoco autocontrol como siempre –sonrió y comenzó a mover el dedo índice diciendo “no”-. Si es que...

-¡Diana –gritó Julián, que le olía las intenciones-, no hagas eso!

-¿Que no haga qué? Ah, ¿esto? –metió la mano en su bolsillo y sacó la piedra Ónix de él-. ¿Es a lo que te referías? ¡Ahí va, mira! –exclamó con una incredulidad burlona y mal fingida-. Pero si soy Pandora. Quién lo diría, ¿eh?

El ambiente se calentó con una rapidez irreal. Psycho, Lenin, Vértebra y Julián, al igual que los demás presentes en el juicio, se quedaron paralizados al ver la piedra Ónix. Y estos últimos, los demás presentes, se convirtieron, literalmente, en piedra. Pandora parpadeó curiosa ante lo que acababa de pasar: todos en la sala, salvo ellos cuatro, no eran más que un montón de rocas con forma humana.

Lenin saltó los dos metros y medio que separaba la tarima en la que estaba del suelo. Fue con furia hacia Pandora para arrebatarle la piedra y, si podía, matarla con sus propias manos. Pero no llegó a su objetivo: Julián se interpuso en su camino... con ramas. Lo atrapó entre ellas e hizo que se quedara tumbado en el techo. Lenin no paraba de gritar, revolverse y protestar. Cuando Julián desvió la mirada del protestón, vio que el cadáver robot estaba tirado de cualquier manera, y que Vértebra y Psycho estaban en mitad de una macabra y sangrienta pelea. Lenin consiguió, después de mucho forcejear, liberarse de su prisión y caer en picado hacia el suelo. A mitad de caída salieron de sus brazos dos columnas de agua que evitaron que muriera estrellado.   

-¡¡PARAD!! –Esta vez la voz pertenecía a una sombra irreconocible. En el rincón oscuro apareció Frey. Todos pararon. Más que por hacerle caso al ser, por curiosidad.

-Frey... –susurraron Psycho, Vértebra y Julián-. Pero tú... Tú estabas –esta vez fue solo Psycho.

-¿Muerto? –contestó el revivido-. No exactamente. Ser un Ser Superior es de gran ayuda cuando quieres que los demás te consideren muerto.

-Padre –dijo Lenin.

Julián y Vértebra se limitaban a mirar el espectáculo con la boca abierta. Pandora, alerta, se quedó plantada en el mismo sitio en el que había estado todo el tiempo.

-¿Padre? –Psycho, que había girado la cabeza hacia Lenin cuando habló, la movió lentamente hacia Frey.- ¿Eres...?

-El jefe de los Miyoui, sí.

Julián no lo pudo evitar. Estalló en risas. Se reía tanto que casi no podía ni sostenerse en pie. Cuando más o menos controló la risa y la respiración, bajo las irritadas miradas ajenas, dijo:

-Todo queda en familia, ¿eh, Psycho?

A Psycho le molestó más la risa que la pregunta, cogió un cuchillo de no se sabe dónde y fue directamente hacia él. Vértebra sacó una espada escondida en el robot y se interpuso entre ellos. Lenin, ya de pie, fue a por Pandora y la piedra que tenía encerrada en la mano. Y Frey, que no era menos, fue a por Julián. Una batalla digna de ver, la de dos Seres Superiores.

Los seis corrían de acá para allá atacándose, esquivando los golpes, maldiciendo, riéndose de sus adversarios y utilizando las estatuas humanas como escudo. Estaban tan concentrados que cuando Lex entró en la sala con la caja de madera entre las manos, nadie lo advirtió. Para llamar la atención de Pandora gritó:

-¡Pandora, la piedra al bolsillo! –Viendo que todos pararon y que ella no hizo lo que le gritó por la impresión, dijo-: ¡Ya!

Pandora, esquivando los golpes de Lenin como pudo, se la metió en el bolsillo. Lex vio que lo hizo y al sacar ella la mano, abrió de un tirón la caja. Un humo de colores salió impaciente de la caja en busca de Pandora. Le envolvió los pies, fue subiendo lentamente y al llegar al pecho, la nube de colorines la levantó del suelo. Todos contemplaron boquiabiertos cómo, a cuatro metros del suelo, Pandora estaba siendo cubierta por el humo y, cuando ya no se pudo distinguir nada, una luz cegadora salió despedida del capullo hacia sus espectadores. Ellos se protegieron la vista con las manos. Instantes después de recobrar la vista, Pandora ya estaba posada en el suelo, con su aspecto anterior, sus recuerdos y todo su poder. Le dedicó una mirada profunda y agradecida a Lex.

-Chicos –dijo Pandora-, esto dejádmelo a mí.

Las expresiones de Psycho, Lenin y Frey no tenían nombre. No salieron corriendo por falta de tiempo.

-Julián –volvió a decir Pandora-, ¿crees que puedes devolver a estas personas su piel y huesos?

-Creo que sí, lo intentaré.

-De acuerdo. Lex, mantén la caja abierta con fuerza, ¿de acuerdo? –él asintió-. Ahora os toca a vosotros –les dijo a Psycho, padre e hijo.

Con un movimiento de manos los inmovilizó para impedir que escapasen y los ató de manos y pies. La desesperación imperaba en las tres miradas. No le importó; los elevó del suelo y reduciendo su tamaño, los metió en la caja de madera. Un viento fantasmagórico recorrió el lugar y Lex tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para cerrar la caja.

-Julián –dijeron Lex y Pandora-, tenemos que hacer algo con la piedra.

-Tengo una idea –contestó Vértebra.

Pandora, Lex y Julián formaron un triángulo equilátero con la piedra Ónix en el centro. Elevaron sus brazos a la vez y contaron hasta tres. Entonces, de los seis brazos salió disparado todo el poder que cada uno pudo sacar de sus entrañas. Cinco minutos más tarde la piedra no era más que una diminuta montaña de polvo inerte e inocente. Al ver el resultado, levantaron las cabezas y sonrieron con satisfacción. 
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