Sector Sigma: capítulo VIII


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VIII

Iris no había leído mucho. Para ser más exactos, había leído todo lo que les permitían… lo cual implicaba no leer mucho. Salvo el Boletín Oficial del Sector, de obligada lectura semanal, y los escasos libros de Historia que pasaban los filtros del Departamento de Justicia, Iris no había leído nada. Siempre oía rumores de insubordinados que leían libros de filosofía política y demás cosas de las que jamás había oído hablar: se mencionaban 1984, El Capital, La Riqueza de las Naciones, Utopía, Leviatán… pero no había motivos fundados para pensar que esos libros hubieran existido.

Cecil en cambio era más precoz. Cuando conoció por primera vez al Guardián, éste le recomendó El Espíritu de las Leyes. Llevaba así como año y medio frecuentando el Refugio y había trabado buena amistad con algunos otros de los chicos ahí (“Liberados” se llamaban entre ellos, para diferenciarse de los “Encerrados”, que eran todos los demás) y consideraba a Alasdair su mentor, su maestro… Cecil recuerda que cada semana todos los liberados se reunían y veían una película; le venían a la mente V de Vendetta, La Ola, La Lista de Schindler. Siempre debatían sobre ellas y normalmente llegaban a la misma conclusión: la vida en Sector Sigma era una mierda… pero la podían cambiar. Pues bien, Cecil debía admitir que veía a Alasdair como aquel hombre grande de la película Matrix que les abre los ojos a unos pocos elegidos y les saca del mundo de mentira en el que vivían.

Y Alasdair… bueno, su historia es bastante larga. Podrían escribirse muchos libros sobre sus peripecias y os aseguro que todos estarían prohibidos: de cómo logró desactivar a su alma por primera vez, de cómo evitó las tres o cuatro condenas de reeducación a las que había sido castigado en sus tiempos de intransigencia, de cómo se escapó del Campo de Reclutamiento, de cómo fingió su propia muerte… y de cómo encontró el Refugio. Pero son muchas historias. Y no hay tiempo… Os las contaría encantado… pero no hay tiempo.

Iris tiene una pregunta que debe ser respondida. Ahora mismo.

-¿Qué es todo esto? –pregunta Iris, visiblemente abrumada.

-Bueno… aquí lo llamamos biblioteca. Un día encontré este lugar y la mujer que me lo enseñó me pidió que continuara su legado. Así que me paseé los siguientes 20 años recopilando libros, saltando las fronteras para obtener copias ilegales de películas de los tiempos antiguos… Este sitio… em, perdona, ¿cómo te llamabas?

-Iris.

-Ah, sí. Bien, este sitio, Iris, es un lugar en el que verdaderamente eres libre. No hay almas, no hay cámaras, no hay horarios que cumplir ni nadie ante quien responder. Aquí uno hace lo que quiere y como quiere siempre y cuando no afecte a los demás.

-Nadie sabe que estáis aquí, ¿verdad? –Iris está entre asustada y emocionada.

-No… teóricamente este edificio está cerrado al público por plagas o no sé qué. Cecil se encargó de ese tema. Aquí somos invisibles, Iris.

Iris no sabe muy bien qué hace aquí. Pero sí sabe que no quiere irse.

- Alasdair, tenemos un problema -comenta urgentemente Cecil-. Deberíamos estar en el Campo de Reclutamiento pero no hay teletransporte. No queremos la reeducación… sabes que yo no podría aguantarlo.

- Yo me encargaré de ello. ¡¡Lion!! ¡¡TE NECESITO!!

Un hombre apuesto y vestido de traje se asoma por una barandilla. Iris no se había dado cuenta de que estaba allí, tal es el silencio que aquí reina.

- Dime, maestro.

- Necesito que ayudes a esta chica. ¿Podrías eliminar su nombre de las listas de reclutamiento?

- Claro. Hola, Cecil. El tuyo ya está fuera de las listas, ya lo sabes -Le guiña un ojo.

Iris no da crédito. Al parecer hay “liberados” hasta en el Ministerio. Quizás incluso tienen infiltrados en el Gobierno. ¿Dónde demonios está? ¿Y por qué tiene la sensación de que si les pillan van a meterse en un buen lío? A pesar de todas esas dudas, se siente a gusto, protegida. Alasdair emana seguridad, y las estanterías de madera maciza, altas hasta el techo, le hacen olvidarse de que vive en el Sector Sigma, donde todo es, como decían los liberados, una mierda.

- Cecil, ¿cuándo nos vamos? -pregunta Iris, en voz bajita para no romper el ambiente.

- ¿Quieres irte? – interrumpe Alasdair.

- 

- ¿Quieres irte, Iris? – insiste Cecil.

-  … No.

Alasdair y Cecil sonrien complacidos. Alasdair le invita a un café y charlan sobre sus vidas; Cecil apenas habla porque hace ya tiempo que ha pasado por el interrogatorio. En cambio Iris habla como si le fuera la vida en ello, demostrando fe ciega en el Guardián, confiando en él.

Cecil pensaba, pero nunca se lo diría a ella, que quizás no había sido tan mala idea eso de fingir estar reclutado. Como había dicho Lion, Cecil ya había sido borrado de las listas hacía un tiempo pero el chico era curioso y se apuntó con el nombre de un amigo suyo, al que habían asesinado por ser “demasiado” intransigente. Por eso lo aceptó el transportador y por eso su alma (que no tenía acceso a las listas de reclutamiento) estaba convencida de que estaba reclutado. Cecil era un liberado pero su familia no lo sabía, y creían que cada vez que salía de casa por la mañana era para ir al Campo de reclutamiento o a otros asuntos del Gobierno. A Cecil le bastaba un “no me gusta hablar del tema” para que sus padres no hicieran preguntas. Y le iba bien.

- Bien, muchachita. Creo que estás preparada.- concluye Alasdair tras una nutrida conversación llena de preguntas personales y no tan personales.

- Preparada… ¿para qué?

- Mi querida Iris… no solemos tardar en querer abrirles los ojos a aquellos que se muestran por la labor. Así que dime… ¿quieres ser una liberada? ¿Quieres ser invisible? ¿Quieres cambiar las cosas?

- Sí -dice con voz firme.

No sabe por qué, pero Iris tiene claro que quiere pertenecer a ese grupillo de liberados desde que vio los libros. Si ello significa la muerte, adelante. Como le había dicho Alasdair durante la conversación: “prefiero morir de pie a vivir de rodillas”. Esa frase se le había clavado en el corazón y ya no había vuelta atrás.

-  Sí.

-  Bien, Iris… entonces creo que ya estás preparada para ser de los nuestros. Pero antes, necesito que hagas algo por mí…



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