Sector Sigma: capítulo V



V
IRIS

Él se queda mirándome con la mano en la mejilla. Después esboza una sonrisa.

¿Está mal de la cabeza?

-No importa –dice-. Supongo que me lo merecía.

Se calla, pero sigue mirándome; mirándome y sonriendo como un estúpido. Entonces da un ligero respingo, como si acabara de verme de verdad por primera vez, y se acerca para cubrirme con su paraguas. Estoy tan de los nervios que me había olvidado de la lluvia.

-Perdona, qué desconsiderado. –Inspira un poco más hondo de lo normal antes de preguntar-: Oye, ¿quieres que vayamos a algún sitio? Aquí solo vamos a mojarnos.
Vuelve a sonreír, y me entran ganas de pegarle otra vez. En lugar de hacerlo, me acerco más a él, muy rápido, y tan cerca que siento su respiración sobre la nariz, porque es un poco más alto que yo. Pero no dejo que su altura me amedrente. 

-Escúchame bien –le espeto, con el tono más cortante de mi repertorio-. Llevo toda mi vida entrenando para formar parte del Cuerpo de Defensa, y ahora probablemente me tenga que enfrentar a un mes de reeducación porque no sabes mirar por dónde caminas. Tienes suerte de que solo te haya pegado un puñetazo. Así que, a cambio, ten la decencia de no hablarme como si fueras mi colega. No somos amigos, no te conozco, no quiero conocerte. ¿Queda claro? Ahora fuera de mi vista.

Doy un paso atrás, esperando que se aleje sin más, o que murmure algo y se marche. Pero se queda allí.

-¿En serio querías entrar al Cuerpo?

Le ignoro con un bufido y le doy la espalda. Me alejo aún más; es un acto reflejo que tengo siempre que voy a hablar con Robert, mi Alma, porque no me gusta la mirada de la gente cuando descubre es no es una chica como yo.

Le ordeno a Robert que localice otro transportador cercano que pueda llevarme al CPS. Tal vez todavía haya alguna forma de ahorrarme el mes de reeducación.

No es que me asuste el castigo. No tengo ni idea de en qué consiste (nadie ajeno al CPS tiene una idea real de en cómo funciona la instrucción, ni siquiera de a qué se dedican exactamente el Cuerpo de Defensa), pero sé que es duro. Sin embargo, eso me da igual. Lo que me preocupa es que la reeducación supone una mancha imborrable en mi historial. Como si no tuviera suficiente con correr sin paraguas bajo la lluvia y tener un a hombre por Alma.

-Este es el único transportador del Sector 7 desde el cual estás autorizada a viajar hasta el Centro de Preparación de Soldados, Iris.

-Vaya.

Ahora soy yo la que da un respingo. Lo ha oído. Ha oído a Robert y ahora va a burlarse de mí.
-Así que te llamas Iris. Yo soy Cecil.

Me ofrece la mano para que se la estreche, y un tanto reticente, lo hago.

-¿Hasta qué hora está programada la lluvia, Nadia?

Al principio no sé a quién le habla. Me cuesta darme cuenta de que, en realidad se dirige a su Alma. Nadia.

Una chica.

-Las lluvias seguirán ininterrumpidamente hasta mañana, Cecil.

-Gracias.

-Oye –digo entonces-. Ya que no hay forma de que lleguemos hoy al Centro de Preparación, y dado que va a seguir lloviendo hasta mañana... Bueno, supongo que tienes razón. Deberíamos marcharnos.

No estoy proponiendo que nos vayamos juntos, pero la verdad es que acabo de darme cuenta de que necesito su ayuda, porque no sé a dónde ir. Es la primera vez en mi vida (guau, realmente es la primera vez en toda mi vida) que no tengo que cumplir el horario del Gobierno. No estoy en Tiempo de Centro Educativo, ni en Tiempo de Esparcimiento Grupal o Familiar. Supongo que puede compararse a las horas de Esparcimiento Propio, pero no es igual, porque entonces estás obligado a dedicarte ese tiempo a ti mismo. No lo haces por decisión propia. Bueno, técnicamente sí, porque en realidad desobedecer el horario no es exactamente un delito. Los Insubordinados lo hacen constantemente y casi nunca les pasa nada. Pero yo no soy una Insubordinada. Yo nunca, jamás, he dejado de cumplir el horario.

Excepto ahora.

-Tu Alma es diferente –comento. Resulta que ahora no quiero que el chico –Cecil– se vaya. Seguramente ahora se sienta ofendido y se marche, pero es que no sé de qué más hablar para retenerle.

-La tuya también –contesta. Y no lo dice con tono molesto ni recriminatorio, si no casi como si fuera un hecho del que sentirse orgulloso.

-Es la primera vez que conozco a alguien... – “Como yo”.

-Yo conozco a mucha gente –me corta, pero sé que me ha entendido. Por primera vez, está totalmente serio-. Puedo presentártelos.

Las personas con Almas “diferentes” no son una compañía deseable. Suelen ser gente extraña, la mayoría, Insubordinados, cuando no algo peor. Eso es lo que cree todo el mundo. De tanto oírlo, yo misma me he acostumbrado a creerlo, con tal fuerza que a veces olvido que yo soy una de esas personas.

-Me gustaría conocerlos –respondo, antes de darme cuenta de lo que significan mis palabras.

-Perfecto.

Sin previo aviso, me agarra de la muñeca. Me molesta un poco que se tome esas confianzas, pero no protesto, sorprendiéndome a mi misma por segunda vez.

Creía que me había cogido para guiarme por el camino, pero no es así. No se mueve, solo desliza los dedos por mi muñeca. No, por mi muñeca no. Por la tarjeta de mi Alma.

En un abrir y cerrar de ojos me deshago de su agarre y le aplasto contra la pared combada del transportador, sujetándole el brazo retorcido contra los omóplatos.

-Guau. Qué velocidad.

Voy a responderle. Pero algo me distrae. Es tan leve que me cuesta unos segundos percatarme de qué se trata. Mi Alma. La tarjeta siempre brilla con una ligera luz blanca, pero ahora está apagada.

-¿Qué me has hecho?

-Por favor, dile a tu amigo que me disculpe, pero él no estaba invitado. Te agradecería que me soltases. Bien. Y ahora... Querías que te presentase a alguien, ¿no?

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