Proyecto de escritura conjunta: "Sector Sigma": capítulo I

I

IRIS

Odio la lluvia. Sé que es necesaria para La Ciudad y para todos nosotros, y más aún en un Sector como el mío, que engloba parte de los campos de producción agrícola del Área 1. Lo sé, y lo entiendo, pero en momentos como este, no me importa lo más mínimo. 

He salido de casa hace apenas cinco minutos, entonces no llovía; sin embargo, ya estoy empapada, como tantas otras veces. Podría haberlo evitado sencillamente consultando en el panel de información el tiempo programado para el día de hoy antes de marcharme, pero lo he olvidado. Como siempre. Ese es el tema favorito de Madre en las horas de Esparcimiento Familiar, le gusta reírse de mis continuos despistes. Piensa que es gracioso porque siempre quiero controlarlo todo y sin embargo, no soy capaz de recordar cosas tan simples como mirar el panel para ver si tengo que coger o no el paraguas. Por eso odio la lluvia: me hace sentirme estúpida e incompetente. 

Mientras corro hacia el transportador más cercano intentando mojarme lo menos posible, los viandantes se giran a mi paso y me observan ocultos en sus paraguas. La lluvia es tan recia que que no puedo ver sus caras, pero sé que me miran con recelo; probablemente piensan que soy una de esos alborotadores que se autodenominan "insubordinados". Se dedican a hacer cosas como pasar solos sus horas de Esparcimiento Grupal, en la calle, para que todo el mundo les vea "desafiar al sistema". De hecho, caminar bajo la lluvia sin paraguas es una de sus actividades insurreccionales favoritas, aunque cuando lo hacen no corren con la cabeza gacha, como yo ahora mismo, sino que deambulan tranquilamente con el mentón alzado, como si sus actos fuesen a cambiar el curso de la historia de La Ciudad. Pero se equivocan. Ya lo dice nuestro himno: "Gracias al Gobierno porque nada escapa de su ojo y nada escapa de su oído, nada escapa de su mano; gracias al Gobierno porque nada va a cambiar, porque gracias al Gobierno, nada necesita ser cambiado". 

El transportador es una cúpula de metal iridiscente. Cuando llego hasta él, apoyo una mano en su superficie, y en seguida aparece una pantalla con los horarios y los destinos del día. Selecciono el mío (el CPS, Centro de Preparación de Soldados) e inmediatamente en el panel aparece el mensaje "ACCESO RESTRINGIDO. INTRODUZCA SU CLAVE PERSONAL". Aunque todavía estoy fuera y sigo mojándome, no puedo evitar recrearme mientras tecleo por primera vez el código de veinte dígitos. Me siento tan orgullosa al hacerlo que casi olvido el incidente de la lluvia.

La pantalla se ilumina con luz verde y un fragmento de pared desaparece ante mí. Atravieso el hueco, y al hacerlo me sacude durante un segundo una corriente de aire cálido que me seca un poco la ropa. Todavía estoy mojada, pero al menos el pelo y el abrigo ya no me gotean. En cuanto accedo al interior de la sala de espera, que representa solo una porción de la cúpula que es el transportador, el repiqueteo de la lluvia deja de escucharse. De hecho, el silencio es casi absoluto, y eso me tranquiliza.  

Quedan cinco minutos para que se produzca el transporte, así que me quedo de pie cerca de la pared combada, con cuidado de no tocar ninguna de las placas octogonales que revisten toda la habitación. Por dentro, los transportadores me recuerdan a gigantescos panales acerados, y como no hay ventanas, me da un poco de claustrofobia utilizarlos, pero hoy estoy tan emocionada que ni siquiera reparo en ello. 

Mientras espero, me dedico a observar disimuladamente al resto de personas que comparten la sala conmigo. Hay algunos adultos de expresión adusta y uniforme negro, parecido al que llevo yo debajo del abrigo, aunque el mío es mucho más sencillo. Me pregunto si alguno de ellos será mi futuro instructor. 

Sin embargo, la mayoría son jóvenes de mi edad, es decir, dieciocho años. Al igual que yo, todos ellos acuden por primera vez al CPS, para finalizar los trámites de inscripción en el Cuerpo de Defensa. En realidad, llamarlo inscripción es un poco inexacto, ya que todos los estudiantes que superan la prueba de aptitud están obligados a alistarse. El examen se realiza al acabar los estudios básicos, y evalúa a los alumnos psicológica, teórica y físicamente. Es imposible amañar el resultado, tanto para entrar en el Cuerpo como para quedarse fuera, y el Gobierno castiga duramente a los que lo intentan. 

Mientras sigo con mi disimulado escrutinio, me doy cuenta de que un chico me está mirando fijamente desde la otra punta de la sala de espera. Creo que no le conozco, así que supongo que se está fijando en mí porque puede ver mi pelo mojado. Me lo imagino sonriendo para sus adentros ante mi despiste, y me obligo a permanecer erguida sin apartar mis ojos de los suyos. Ambos sabemos que si estoy aquí es porque he superado la prueba, y que no hace falta nada más que eso para demostrar que valgo tanto o más que él. Sin embargo, no pienso ser la primera en apartar la mirada. 

Seguimos así durante un buen rato. Ni siquiera nos inmutamos cuando la cuenta atrás retumba en las paredes cóncavas de la sala. En mi mente solo hay espacio para un pensamiento: "espero que no nos asignen el mismo pelotón".

Entonces suena un pitido y todo a mi alrededor se esfuma con un fogonazo blanco. Experimento la desagradable sensación que trae consigo el teletransporte, es como si todas las partículas de mi cuerpo se erizasen.

Y desaparezco.


Martitara

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1 comentarios:

  1. Escribes rematadamente bien. Me encanta tu estilo, que parece ser una menzcla entre el dinamismo de Suzanne Collins y la exactitud de J.K Rowling.

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