El Círculo de fuego VII

Capítulo de Alex:

VII

La confusión que sentía Diana en aquel momento parecía adueñarse de su control, por una vez las preguntas kantianas,  ¿quién soy?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar? adquirían una relevancia que Don Lucio, su antiguo profesor de filosofía en el instituto, un hombre canoso, encorvado, de complexión corpulenta y con una mirada enigmática y una sonrisa un tanto depravada, jamás habría imaginado en ninguno de sus alumnos. Diana creía que ni él mismo confesaba con las tonterías que todos los lunes, miércoles y viernes soltaba agarrado a la mesa del profesor, inclinado hacia una plebe distraída y aburrida que todavía no pensaba en los exámenes finales.

Lo realmente absurdo de la situación para Diana era que creía las palabras de Lex, estaba tan alterado, su voz era tan firme y sus ojos, al mismo tiempo, tan cariñosos que no podía menos que creer sus palabras; no de manera consciente, no de manera voluntaria, en absoluto de manera racional, por primera vez en ¿cuánto tiempo? dejaba hablar a su corazón, no recordaba la última vez, porque no hay nada que recordar, en su mente no había tiernos recuerdos besándose con ningún chico en el patio del colegio, o en el parque, en ningún lado. Estaba segura de que aquel joven la amaba, aunque estuviese enfadado, aunque ahora mismo le estuviese gritando, dispuesto a darse media vuelta y dar por terminada esa estúpida conversación sobre algo que, aunque no lo era, debería ser evidente para Diana. Sí, desde luego ella era Pandora. Amaba a Lex y él la amaba a ella, ni siquiera recordaba nada de aquél chico, simplemente lo quería. No era su cerebro el que hablaba, eran sus sentimientos, algo dentro de sus entrañas que se marchitaba, que ya estaba muy marchito, con toda la distancia que había entre ella y Lex. Así que le besó. Porque le apetecía, porque era algo absurdo, tan irracional, que supo que debía hacerlo y lo hizo sin importarle otra cosa que no fuesen los labios de Lex, calientes, como los suyos que parecía que pudiesen derretir hasta el mayor de los icebergs con solo rozarlo. Fue un beso eterno, como deberían serlo todos. Diana recorrió con sus manos todo el cuerpo de Lex tratando de recordar cómo era, cada centímetro. Sabía que hacía algún tiempo hubo conocido todas y cada una de las células y que ambos cuerpos fueron uno. Las manos de Lex sencillamente corroboraron la teoría de su corazón: se habían querido, y Lex todavía le quería… Bueno, quería a Pandora, pero Diana ya había asumido que, de algún modo, ella era esa Pandora cuando las manos de Lex fueron directas a sus caderas, cuando sus labios parecían bailar una danza que sólo ellos dos conocían y cuando, finalmente, él le mordió el labio inferior suavemente antes de separarse y Pandora, que ya no sería más Diana, sintió que le flaqueaban las rodillas y que una llama en su interior cobraba fuerza y le subía exultante por la garganta, como una bailarina bailando un tango que terminaba en su lengua.

-Pongamos que sí que soy Pandora –dijo tras aquel beso, todavía sin bajar la guardia del todo-. ¿Y ahora qué?

-Ahora… Hay dos opciones –atinó a musitar Lex–. Que tu historia les convenza o que no.

-¿Qué historia? –exclamó Pandora enfadada–. Yo no sé nada de esto, ¡no tengo ninguna historia que contar! ¡Pensaba que ya te lo había dejado claro!

-¿Entonces a qué ha venido ese beso? ¿Por qué no dejas de intentar manipularnos a todos y de hacer siempre lo que a ti te da la gana? –Las palabras salieron disparadas hacia Pandora como balas, Lex dio media vuelta y se marchó mascullando algo ininteligible mientras Pandora se apoyó contra una de las blancas paredes del pasillo abrazándose las rodillas, sollozando en silencio pues, no hay mayor soledad que aquella en la que hasta uno mismo se ha abandonado.

Pandora al principio deseó correr hacia Lex suplicarle que le creyese, suplicarle que le ayudase, suplicarle incluso que la quisiese otra vez como sentía que se habían querido, pero ¿por qué pedía otra oportunidad? ¿Qué había hecho? Siguió llorando un rato más aunque ya no resbalaban lágrimas por sus mejillas, estaba ahí porque estaba decidida a huir pero ahora ya no lo deseaba tanto. Lo único que deseaba era a Lex. Quizá porque era el único puente tendido hacia su pasado, quizá porque creyó ver amor en sus ojos, quizá porque de verdad aquello era amor, o quizá porque los brazos le pesaban mucho y mover las piernas para levantarse y dar un pequeño paso le suponía un enorme sufrimiento y deseaba que todo terminase de una vez por todas. Por lo menos, aunque no atinaba a encontrar el porqué, estaba decidida y eso era mejor que quedarse quieto esperando a que otros decidan tu destino por ti. Se levantó, alisándose la ropa y caminó despacio en la dirección en que hacía unos minutos Lex se había marchado. No esperaba encontrarle, simplemente esperaba toparse con alguien, quien fuese, para que diese la voz de alarma y la llevase ante aquel “juicio” en el que lo único que esperaba era poder besar de nuevo a Lex, asumiría todos los cargos que le impusiesen y aceptaría la condena sabiendo de antemano cual sería ésta, solo por besar de nuevo los labios de Lex.

***

Psycho estaba cada vez más nerviosa, no dejaba de dar vueltas y más vueltas a su despacho esperando que volviese a sonar el interfono con buenas noticias de parte de Julián, aunque la espera empezaba a ser insoportable, debería ser él mismo quien hiciese todo el trabajo, para eso era ella quien mandaba y Julián tan sólo una mera marioneta de la organización, pese a que ambos entraron al mismo tiempo o, mejor dicho, fueron adheridos a ella al mismo tiempo. Es cierto que los poderes de Julián son superiores a los suyos, pero un Miyoui es algo más que poderes “sobrehumanos” y eso Julián nunca fue capaz de comprenderlo. Aquel hombre apocado prefería esconderse durante años en una madriguera para trazar un plan que incluyese terceras personas que le hiciesen el trabajo a salir al campo de batalla a mancharse las manos cuando era necesario. A menudo Psycho había sentido envidia de sus poderes y se había imaginado a ella controlándolos, dominando el mundo entero con sus habilidades. Ése era el motivo por el que le tenía tan poco respeto y trataba siempre de caminar sobre él e ir pisoteando su escaso trabajo, aniquilando sus nimios esfuerzos por conseguir una posición mejor reconocida.

Cuando finalmente se decidió a salir de aquel despacho, habiendo serenado al menos en lo visible sus nervios, el corazón le dio un vuelco Aún no había puesto un pie en el pasillo que lindaba con su despacho cuando supo que aquella tarea que se disponía a hacer iba a ser incluso más sencilla de lo que parecía. Los dioses le sonreían por fin tras tanto tiempo.
                                                                                                                                                                    
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