El Círculo de fuego V

Vuelve a ser mi turno... ¡Espero que disfrutéis con el capítulo que he escrito!

V


-Muy bien -dijo Julián. Su tono aparentemente calmado contrastaba con el ritmo frenético con el que rebuscaba entre las estanterías-. Está claro que todo sería más fácil si pudiese entrar en el Instituto. Una vez allí, no sería muy complicado encontrar a Diana y sacarla del complejo.

-Pero no puedes -apostilló Vértebra.

-No, no puedo. Es el precio que tuve que pagar para poder llevar una vida normal con mi mujer. Una vida sin el Instituto... Y sin mis habilidades -dijo Julián con una sonrisa de suficiencia-. Pero eso tú ya lo sabías; y a pesar de todo tú has recurrido a mí.

-Tienes razón, ya lo sabía. Así que deja de repetirme lo que ya sé y dime cómo vamos a solucionar este problema -gruñó Vértebra. 

Julián le miró con el ceño fruncido, pero volvió al tema original.

-Si conozco bien a Psyco, la única forma que tenemos de salvar a Diana es convencerla de que ella no es Pandora.

Vértebra le miró confuso.

-Pero Diana es Pandora.

Julián contestó, todavía de espaldas a Vértebra, buscando algo en las estanterías.

-Sí, pero por lo que me has contado, en realidad Psyco no puede demostrarlo. Solo tenemos que ofrecerles otra Pandora. ¡Aquí! -exclamó entonces con tono triunfal, extrayendo un grueso volumen encuadernado en cuero gris. Se mantuvo en silencio unos segundos, pasando las hojas furiosamente y murmurando para sí mismo. Finalmente encontró lo que estaba buscando, y mantuvo el libro abierto sobre el escritorio, una mano a cada lado. Dirigió una mirada penetrante a Vértebra-. Muy bien. Vas a tener que hacer honor a tu apodo. Necesito un cuerpo.

***

Diana se incorporó con dificultad entre el barullo de sábanas blancas. El dolor que sentía no era físico, pero si duda se trataba del más intenso que había experimentado jamás; era como si alguien hubiese hundido unas garras en su mente, agitando y desgarrando con furia.

La joven se sorprendió al descubrir que ya no se encontraba atada a su cama. Nada la retenía. Conteniendo los gemidos de dolor, Diana se deslizó sin hacer ruido hasta una de las puertas, la más alejada de aquella por la que la terrible mujer llamada Psyco había abandonado la habitación. Sus palabras seguían taladrando los oídos de Diana, como si el eco de la estancia casi vacía las repitiese una y otra vez: "Pandora debe ser juzgada por sus actos inmediatamente, debemos reunir al tribunal, antes de que caiga el sol".

No sabía quién era esa tal Pandora a la que todos parecían odiar, no sabía qué había hecho, qué castigo merecía ni por qué creían que era ella. Tampoco sabía qué entendían aquellas personas por tribunal. Pero lo que sí sabía era el significado de la mirada que Psyco le había dirigido mientras pronunciaba aquellas palabras. Su mirada significaba muerte. 

Diana giró despacio en picaporte y la puerta se abrió sin problemas, revelando un pasillo desierto y del mismo blanco inmaculado. En el fondo, Diana sabía que su aparente libertad de movimientos era una mala señal. Sus captores no parecían tomarse las cosas a la ligera. Si no la habían encerrado, significaba que no esperaban que pudiese escapar. 

Pero darse por vencida no era una opción.

Diana recorrió el pasillo en silencio, sin tener ni idea de a dónde se dirigía. Había varias puertas a izquierda y derecha, pero no se oía ningún sonido al otro lado. Aquella quietud era inquietante; Diana sentía como si estuviese siendo vigilada por un observador que contuviese la respiración. Por eso se sobresaltó tanto cuando oyó una voz a sus espaldas.

-¿A dónde vas, Pandora? -Se trataba de Lex, el chico castaño que había encendido un cigarrillo con un chasquido de dedos. 

Diana no pudo soportarlo más.

-¡Deja de llamarme así! -gritó, sin importarle ya quién pudiera oírles-. ¿No se supone que la conocéis? ¿Todos vosotros? Lenin, Vértebra y la Doctora Psicótica... ¡Miradme a la cara! O me reconocéis, o no. ¡Algo así no se duda! ¡Yo. No. Soy. Pandora!

Lex no se inmutó ante el estallido.

-¿Que te mire la cara? ¿En serio, Pandora? -repuso, con una sonrisa de suficiencia.  

-¡Ya basta!

Lex resopló, cansado. Puso los ojos en blanco.

-Está bien. Fijamos que te creo. Si realmente no fueses Pandora -comenzó, poniendo especial énfasis en el "si"-. te explicaría que tu cara no es importante porque cambiar el aspecto físico es una habilidad que poseen los Seres de agua, aunque es bastante difícil conseguir dominarla. Pero Frey, por muy imbécil que fuera, sin duda sabía manejar sus poderes.

-¿Seres de agua? ¿Como tu amigo Lenin?

-El capullo de Lenin no es amigo mío -puntualizó Lex con el ceño fruncido-. Pero sí, Frey era un Ser de agua, como él. Solo que mucho más poderoso.

-¿Y qué tiene que ver él con todo esto? -quiso saber Diana. Por un lado, solo intentaba ganar tiempo para encontrar una salida, pero por otro sentía verdadera curiosidad. Por primera vez tenía-. ¿Por qué iba el a cambiar el aspecto de esa chica que estáis buscando?

-Empiezo a cansarme de este jueguecito tuyo, Pandora. Sabes perfectamente quién es Frey -dijo Lex, ceñudo. Pero como Diana no reaccionó, el chico, visiblemente molesto, siguió hablando, no sin antes poner los ojos en blanco otra vez-. Muy bien. El Instituto asignó a Frey y a Pandora una misión. Pero en lugar de hacer lo que les había ordenado, los dos aprovecharon la ocasión para fugarse -A Diana le sorprendió el desprecio que destilaba la voz de Lex-. Creemos que Frey utilizo sus habilidades para evitar que les encontrásemos.

Diana le miró, atónita. 

-¿Y a eso llamáis "traición"? ¿Odiáis a Pandora... Estáis dispuestos a torturarla... -añadió, recordando la visita de Psyco con un estremecimiento-. Porque se fugó con tío?

-No. Eso no es todo.

-Entonces, ¿qué, Lex? ¿Qué hizo Pandora?


*Todo tuyo, Javier*
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