El Círculo de fuego IV

Antes de nada, lamento el retraso. Ya se sabe, agosto y las vacaciones bo son los mejores amigos de la disponibilidad de internet. Pero a fin de cuentas, lo bueno se hace esperar. Y tras esa espera... ¡Aquí tenéis el capítulo IV, escrito por Rosa de Medianoche!

IV



Vértebra siguió allí, de pie, observando a la asustada muchacha que le sostenía la mirada. Continuó mirándola en silencio, mientras ella, cada vez más extrañada, se preguntaba por qué el hombre con el nombre más intimidante que había oído jamás la miraba de aquella manera. Nunca supo la respuesta. Tan rápido como el viento, Vértebra se dio la vuelta y salió de la habitación, volviendo, con ello, a sumir a Diana en una soledad de sombras blancas. 
Con los ojos fijos donde se suponía que debía estar la puerta, Diana se apoyó en la pared y se dejó resbalar por ella. Guiada más por un impulso que por ella misma, se abrazó. Lo encontró, cuanto menos, reconfortante. Y allí tirada, a pesar del miedo que invadía cada parte de su cuerpo, se dijo que tenía que escapar; tenía que salir de allí, no importaba cómo.   
En cuanto Vértebra salió de la habitación fue en busca de Psycho. El despacho de su jefa, al igual que la mitad del edificio, brillaba por la ausencia de inmobiliario, a excepción de un juego negro de mesa y silla en el centro de la estancia y una planta muerta en un rincón.
-Me voy –dijo Vértebra-. Tengo algo que hacer, y te lo digo para que no te pases el día buscándome. No acepto prohibiciones. 
Dicho esto, giró y se fue antes de que Psycho pudiera siquiera decir algo.
Eran las once de la mañana. Todavía le quedaba tiempo, pero debía darse prisa si pretendía, por lo menos, retrasar la ejecución de Diana, Pandora o como quisiera llamarse la joven de cabellos negros. Un leve pitido alertó a Vértebra de que el coche ya estaba abierto, se metió en él y pisó el acelerador con cierta furia contenida. Pasó un intervalo de tiempo indefinido. Aparcó el armatoste con motor y ruedas en el primer hueco que encontró y bajó con ansia; con tanta, que casi se dejó la puerta abierta y las llaves puestas. Pero no le importó. Por aquella zona no es que abundase la vida humana.
Subió los escalones de la puerta principal y comenzó a aporrear la puerta con el puño. No paró hasta que la estructura de madera y metal se deslizó por los goznes. 
-Buenos días –dijo Laura-. ¿Qué quiere, umm... Señor?  
-¿Está tu padre en casa, eh...? –preguntó Vértebra con la sonrisa más amistosa que pudo componer.
-Laura.
-Eso, Laura. –La chica se extrañó, pero no abrió la boca. No recordaba haberlo visto nunca, y sus pintas no son de las que se olvidan-. ¿Está tu padre ahí dentro?
-Sí –Abrió la puerta un par de centímetros-, si esper...
No la dejó terminar. Nada más oír la afirmación abrió la puerta de un manotazo y, obviando las protestas de Laura, comenzó a gritar el nombre del patriarca.
-¡Julián! ¡Julián, ¿dónde estás?! ¡Tengo que hablar contigo y...!
-Pero bueno –intervino Sara, la esposa de Julián y madre de Laura y María-, ¿se puede saber qué es este lío? Y, perdone, pero ¿quién es usted?
-Perdona Sara –comenzó Julián, que bajaba las escaleras como alma que lleva el diablo-, es un conocido. Ahora mismo le llevo abajo.
Con una mirada indescifrable, Julián le indicó a Vértebra que bajase al sótano, y con la boca cerrada. Julián lo siguió y tras atravesar la puerta de su “despacho-zona de estudio”  la cerró sin que se escuchase el giro del picaporte. 
Julián se giró hacia Vértebra con una mirada colérica. En aquel momento el pasado los envolvió hasta lo más profundo de sus seres.
-Hombre, Vértebra, tú por aquí –dijo con un leve tono ponzoñoso-. Y ahora dime: ¿qué diablos haces tú aquí? ¡En mi casa! Sabes muy bien que...
-Cállate –su voz sonó tranquilizante.
Parecía que en cualquier momento Julián iba a prender como lo hacen las ramas secas en una fogata.
-Cómo te atreves... –los ojos se le salían de las órbitas. 
Silencio. Si hubiesen podido, las miradas en aquella habitación habrían hecho explotar la casa entera. La tensión entre ellos no era normal. Allí, hasta el aire apestaba a odio.
-Mira –habló Vértebra-, sé que entre nosotros nunca ha fluido... ¿Cómo llamarlo? ¿Amistad? No, más bien... Comprensión. Eso, comprensión. Sé que nunca nos hemos comprendido del todo bien, pero esto es diferente. 
-¿Por qué iba a ser diferente?
-Pandora. Han... Hemos raptado a una chica que niega ser Pandora y que dice llamarse Diana. No sabe nada acerca de la tan temida Pandora. Hasta la mera pronunciación del nombre le sorprendió. No tiene ni idea de quién es Pandora, y ellos piensan que es ella solo porque Psycho no ha podido leer su mente. Es...
-Desconcertante.
-¡Pues claro que es desconcertante! ¿Cómo te sentirías si te acusasen de ser una persona de la que ni siquiera has oído hablar? Por favor, Julián, por favor, ayúdame. Esta noche van a llevar a cabo su ejecución y, para serte sincero, no creo que sea necesario. Esa pobre chica... No creo que sea Pandora. 
-No me vale tu sinceridad. Nunca me ha valido. Por favor, eres un Ser Superior, con los cuatro elementos podrías...
-¿Qué? ¿Qué podría?
-Podrías sacarla de allí –dijo Vértebra con ojos suplicantes.
-De acuerdo, te lo contaré. Pero como salga de estas cuatro paredes... Creo que no hace falta continuar la indirecta, ¿me equivoco?
Vértebra negó con la cabeza. 
-Después de lo que hizo Pandora –continuó Julián-, me aseguré de que no volviese a suceder algo así jamás. La sedé y la traje aquí. Como bien sabes, ser un Ser Superior tiene sus ventajas, así que las aproveché: metí todos sus recuerdos y vivencias en una caja y, aunque no me creas, intenté reducir sus poderes todo lo posible; y ya de paso, dormirlos, pero lo que conseguí fue mínimo. Cuando despertó, víctima de la amnesia que le provoqué, intenté convencerla de que su nombre era Diana y de que era hija de una mujer casada con un hombre que no era su padre. Obviamente, esa mujer no era su madre. Al final, por mucho que insistí no conseguí, ni de lejos, hacer que creyera la vida que me inventé para mantenerla segura. Así que no me quedó otra: me metí en su mente y la convencí desde dentro. Le metí en la mente toda una vida que no le pertenecía, pero el resultado merecía la pena: su protección.
-Entonces...
-¿Por qué crees que cuida de mis hijas?   
-Es Pandora... Esa chica es...
-No, ya no lo es. Y hay que hacer algo.
-¿Qué vas a hacer?
-Ya lo verás.


¡Empieza la segunda ronda! Vaya, Rosa de Medianoche no me lo ha dejado nada fácil... En dos días, el capítulo V.
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