Capítulo escrito por Javier Del Álamo, de El Inventario y El aprendiz de cine.
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II
Diana
todavía estaba sumergida en las entrañas de su inconsciente cuando
repentinamente
un chorro de agua fría la devolvió a la fuerza al mundo real.
-¡Despierta!
–gritó una voz desconocida y acto seguido el chorro de agua fría volvió a
atacar de nuevo.
Se
pasó la mano por la cara para secarse el agua, abrió los ojos y, para su
sorpresa, se encontraba tumbada en una habitación completamente blanca y
totalmente vacía, a excepción de dos chicos de su edad que la miraban fijamente.
Uno de ellos tenía el cabello rubio y unos ojos azules y brillantes como el
cielo, el otro era castaño y su pelo hacía juego con sus ojos, ambos iban
vestidos completamente de blanco y casi podían camuflarse con las paredes de la
habitación. Lo último que Diana recordaba era el crepitar de las llamas a su
alrededor y caer al suelo inerte.
-¿Dónde
estoy? –dijo la chica asustada.
Aquí
las preguntas las hacemos nosotros. –Era el chico de los ojos azules y de
improviso abrió la mano y, aunque parezca increíble, de ella brotó el mismo
chorro de agua que la había mojado antes.
-Lenin,
basta –habló por primera vez el joven de pelo castaño–. Por favor, sal, me
gustaría hablar con ella a solas.
Entonces
Lenin se acercó al otro joven y le susurró al oído algo que Diana no logró
descifrar.
-Lo
sé, estuve allí. –respondió.
-Lex,
¡ella no es la chica que conocíamos!
-Por
favor… –Y entonces Lenin le lanzó una
mirada desafiante, se giró para mirar a Diana y se dirigió a la puerta, salió y
cerró con un portazo. Lex ni se inmutó y se quedó allí de pie mirando al suelo.
Al cabo de unos minutos el chico metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y
sacó una pitillera, también blanca, como no. Sacó un cigarrillo, se lo llevó a
la boca y chasqueó los dedos. De ellos surgió una pequeña llama con la que se
encendió el pitillo. Se acercó a la pared que había en frente del rincón donde
estaba sentada Diana y se dejó caer para acabar sentado con la espalda apoyada
sobre dicha pared.
Diana
lo observaba atónita mientras él se fumaba el cigarrillo con completa
tranquilidad. ¿De dónde habían surgido esos tíos? ¿Y qué diantres hacía ella
allí? El miedo la paralizaba y durante unos minutos, chico y chica se quedaron
mirándose el uno al otro sin dirigirse la palabra.
-Perdona
a Lenin, está alterado. –Pegó una calada al cigarrillo y, antes de dejar
escapar el humo de sus pulmones, volvió a hablar–. Ya sabes cómo son los seres
de agua.
-¿Seres
de agua?
-Vamos,
Pandora, ya nos conocemos lo suficiente como para ahorrarnos los preliminares.
–Diana no comprendía nada de lo que ese joven decía, se sentía completamente
perdida en aquella conversación.
-Estáis
para que os encierren, ¿lo sabías? –Hizo una pausa y continuó–. Tú y yo no nos
conocemos de nada. Y, por cierto, me llamo Diana, no Pandora.
-Hacerte
pasar por otra persona no te librará de lo que hiciste. Te recordaba más lista,
Pandora, pero bueno, siempre fuiste una gran actriz. –Lex volvió a pegar una
calada al cigarrillo.
-Como
vuelvas a llamarme Pandora te tragas el cigarrillo. –Lex se quedó perplejo unos
segundos. Finalmente apagó la colilla en el suelo, se levantó y salió de la
habitación.
Unas
horas más tarde alguien entró por la puerta. Tras ella aparecieron una mujer y
un hombre, ambos vestidos de blanco, para variar.
-Hola
preciosa, ¿Cómo estás? –dijo la mujer con una sonrisa maliciosa en los labios.
Diana no respondió a su pregunta–. Mi nombre es Psycho y él es Vértebra, mi
ayudante.
-Muy
bien. –Diana los miraba intentando parecer indiferente–. ¿Eso de «Psycho» es porque
también necesitas un Psiquiátrico?
-No, cariño. Me viene
porque algunos piensan que soy un poco psicópata –dijo tranquilamente–. Y a él
le llaman Vértebra porque es capaz de romper todas las vértebras de un cuerpo
en medio segundo. Y ahora si no tienes más preguntas, vamos a comenzar.
-¿A comenzar? –Diana ya era
incapaz de disimular su miedo.
-Me
han contado que no quieres cooperar. Si tú no quieres decirnos lo que queremos
saber, simplemente lo haremos a nuestra forma. –Acto seguido le guiño el ojo a
su compañero y éste agarró a Diana por los brazos. Ella intentó resistirse pero
le resultaba imposible–. Esto puede que te duela un poco. –Y Psycho, con una
sonrisa, le puso la mano sobre la frente.
El
dolor que Diana sintió en aquel momento es indescriptible. Lo único bueno es
que en seguida perdió la consciencia.
¡Guau! ¡Veamos qué nuevo giro el da Alejandro Guerrero en el próximo capítulo!
Me encanta como escribes, Javier
ResponderEliminarUn beso guapo :)