Algunos me apodaban como “el mago”, porque todo lo que
me pertenecía, lo hacía desaparecer; familia, amigos, dinero y mujeres; sobre
todo mujeres. Pido compasión; créanme, llevo alrededor de una eternidad y media
pagando por ello, en este mundo no terrenal, completamente vacío y oscuro.
Aunque debo admitir que estas circunstancias no me desagradan del todo. Yo en
vida estuve mucho más vacío que mi actual hogar.
Hace mucho tiempo que no me dirijo a nadie, por eso
pido disculpas de antemano por si no se me entiende o por si trato temas
delicados con extrema frialdad.
Como he dicho anteriormente, me ocupé personalmente de
deshacerme de todo aquello que podía mantenerme en equilibrio. Debo decir que
no me arrepiento de nada, pues al enfermo hay que tratarlo, no juzgarlo
cruelmente como me hicieron a mí. Y es que yo experimentaba sentimientos de una
forma tan intensa, tan exagerada, que perdí la cabeza y permití que ellos
guiaran mis brazos y piernas.
Yo era una persona muy enamoradiza, y esto provocaba
en mi unas jaquecas terribles, pues podía llegar a estar enamorado hasta de
cuatro mujeres a la vez, sentir por las cuatro el mismo amor y morirme de celos
si algún hombre se atrevía a mirar las piernas de alguna de ellas. Sin embargo,
al mismo tiempo, sentía la terrible necesidad de tener más amantes. Era un
títere manipulado por el amor, la lujuria, los celos…Y por eso, fue esencial
olvidarme de ellas.
Mi último día, puede que fuese en noviembre o diciembre,
porque hacía tanto frío que mi perro se vio obligado a volver a casa; yo estaba
sentado en una esquina de mi habitación. Temblaba de miedo, y la angustia había
formado un bulto en mi garganta. Recuerdo que sometí a mi cuerpo a una gran
cantidad de drogas para poder calmarme. Yo, “el mago”, iba a enseñar a todo el
mundo mi secreto. En ese momento, iba tan drogado que el repugnante olor que
provenía del armario me causaba ataques de risa.
Con esfuerzo, arrastré el armario fuera de mi casa y
lo dispuse en medio de la calle, bloqueando a los viandantes. Lo tumbé boca
arriba, y para llamar más la atención empecé a cantar y a bailar. La gente
empezó a formar un corro a mi alrededor. Me detuve y empecé a vociferar mi
reconocida “profesión” y que aquella iba a ser mi última actuación. Abrí el
armario.
El impacto que creó aquello sobre mi público fue tal,
que aún tengo los gritos grabados en la cabeza. Me introduje en el armario y
cerré la puerta. Me metí adentro, muy adentro, mi pelo se enredaba en los dedos
fríos y delicados de aquellas que un día me pertenecieron; me introduje mucho
más, hasta que yo también desaparecí.
Jaja MUY bueno.
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