Querido Tú:
No creo que haga falta mencionar tu nombre, pues solo hay un apersona en la que todos pensamos sin necesidad de que sea nombrada.
Aún recuerdo la mañana en que llegó la fatídica noticia; el abatimiento, la tristeza y la desolación en la cara de profesores y alumnos. Creo que yo no era consciente del todo de lo que significaba, de que te había ido, de que la última vez que te había visto (apenas unos meses antes, en mi jardín, lo recuerdo perfectamente) iba a ser la última para siempre. Simplemente, no podía asumirlo, y en realidad, creo que aún no lo he hecho.
Esos días todos parecían tener algo, una anécdota que compartieron contigo en su día, y yo… nada. Busqué y busqué en mi memoria sin resultado. Pero entonces dejó de funcionar el cerebro y empezó a hacerlo en cacumen, y los recuerdos surgieron a borbotones.
La primera ve que empecé a escribir una historia, llené unas cuantas páginas de un cuaderno y lo entregué. Nadie más lo leyó ni lo leerá jamás.
También estaban esas veces en que me llamabas de repente a tu mesa y decías un número, aparentemente al azar. Al poco, ya no me hacía falta preguntar de qué hablabas. Me mirabas pensativo y decías algo como: “Mmmm… Ciento setenta y tres. ¿Cuántas eran última vez? ¿Noventa y cuatro? Este fin de semana has estado tomando el sol con colador, que lo sé yo.” Seguiste haciéndolo años más tarde, en cualquier ocasión, aunque fuese al cruzarnos por un pasillo.
Y tantas otras cosas… Cuando aún no he terminado del todo de recordar algo, sale otra cosa. Y es que así eras tú. Te hicimos un hueco en nuestros corazones y apenas nos habíamos dado cuenta hasta ahora. Por eso podemos decir que no te has ido del todo, pues tu recuerdo sigue vivo en cada alumno, compañero, amigo o familiar, en todo aquel que haya tenido la enorme suerte de tratar contigo, pues nunca dejaste a nadie indiferente. En tu funeral, realmente pude sentirte, no dentro de ese ataúd, sino en cada uno de los que esa mañana nos congregamos allí para darte el último adiós.
Y aún cuando te fuiste, lo hiciste enseñándonos una valiosa lección, mucho más útil e infinitamente más importante que cualquier regla gramatical u ortográfica: Nos enseñaste que para ganar una batalla no importa lo que suceda al final. Solo importa lucharla con dignidad y sin considerar jamás la posibilidad de rendirse. Nos transmitiste esta última lección con tu ejemplo, pues nadie te recordará como alguien a quien venció una enfermedad, dado que no fue así. Perdurarás en nuestra memoria como el gran hombre que fuiste, un hombre que luchó valientemente hasta el final sin perder la sonrisa.
Hasta siempre

Firmado: 173 pecas. 
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