Nunca más

Me paré a la luz de una
farola para observar mi reflejo en n escaparate cuando lo vi. Pero seguí
andando como si nada, fingiendo que no me había enterado, tal vez esperando que
si lo ignoraba desapareciese. Pero no funcionó .En cada giro, en cada cruce,
notaba su mirada clavada en mi nuca, y no me atreví a mirar atrás para
comprobarlo. Lo último que supe de él era que había conseguido la libertad
condicional, aunque con una orden de alejamiento. “Ya te diré yo lo que le
importa la dichosa orden” pensé con amargura. Un coche estaba aparcado a
escasos metros, y miré hacia atrás por el retrovisor, sin dejar de caminar. Era
de noche y había poca luz, pero ese borroso reflejo fue suficiente para
asegurarme de que se trataba de él, tenía su cara demasiado grabada en la
memoria como para no reconocerle.  

El pasado siempre
vuelve. No recuerdo si era el título de una
novela o de una película, tal vez ambas cosas. El caso es que tenía razón,
todos tus errores regresan tarde o temprano para que nunca olvides que no eres
perfecto. ¿Pero es que no había sufrido bastante? Casarme con ese individuo fue
la peor equivocación de mi vida, pero creo que ya lo había pagado con creces.  

Los primeros meses (o tal
vez tan solo fueron semanas) todo era perfecto. Se respiraba una felicidad
propia de los cuentos de hadas, realmente demasiado buena como para ser verdad.
Después empezaron las peleas, las recriminaciones, los insultos, los gritos,
los golpes, las palizas.  

Me estaba siguiendo.
Saqué el teléfono móvil y fingí que estaba mirando la hora o mirando un
mensaje, pero en realidad me estaba preparando para llamar al servicio de
protección a la mujer al mínimo movimiento. Pero, ¿por qué disimulaba? Si me
veía, mejor. “Tal vez se asuste y se vaya” pensé, y al instante deseché la
idea, hasta estuve a punto de soltar una carcajada sarcástica, de no ser porque
no tenía ninguna gracia. 

Lo notaba a mi espalda,
cada vez más cerca. Busqué desesperada un sitio donde poder cobijarme; una
tienda, un bar, un restaurante, pero todo estaba cerrado. ¡Maldita sea! Debía
de estar en el único lugar de Zaragoza en el no había ni un mísero garito de
copas abierto a las diez y cuarto de la noche. ¿Era la brisa lo que sentía en
mi nuca, o su respiración? Sin pensarlo dos veces, eché a correr. No se si pasó
un minuto o un cuarto de hora, pero cuando fui consciente de lo que hacía y miré
a mi alrededor sin detenerme, me di cuenta de que me había metido en la boca
del lobo. No sabía donde estaba, pero no podía pararme ni darme la vuelta. No
había luz en las casas, ni farolas, ni coches circulando, y apenas un par de
personas caminan por las angostas calles.  

Justo entonces vi una
placa de azulejo, deslustrada y con moho, pero en la que se podía leer “C/ de
los cristaleros” No había oído ese nombre en la vida. 

Repentinamente recordé el
teléfono móvil, que aún aferraba con fuerza.  Si esa no era una situación como para llamar a la policía,
ninguna lo era. Marqué con rapidez, y cuando iba a oprimir el botón de llamada,
alguien me cogió por el brazo, impidiéndomelo. Di media vuelta. 

Estaba en un estado
lamentable, peor que la última vez que le había visto, lo que ya es decir.
Estaba mal afeitado, el pelo sucio y largo le caía en desordenados mechones
canosos por la cara. Tenía manchas en la ropa arrugada, como si no se hubiese
cambiado en varios días, y despedía un olor rancio que mezclaba sudor, tabaco y
alcohol. Pero lo peor era su expresión: Tenía una sonrisa de triunfo en la cara
y una mirada de ojos inyectados en sangre, abiertos y desorbitados; mirada de
asesino. 

Me arrastró sin
dificultad por las calles semidesiertas, hasta llevarme a un callejón sin
salida, donde se nos veía aún menos, si cabía. Me resistí, y apretó con fuerza
su mano en torno a mi muñeca. Diría que me hizo daño, pero estaba demasiado
acostumbrada al dolor como para saber que eso no era nada en comparación a lo que
estaba por venir.  

Justo entonces rodeó mi
cuello con su fornido brazo, acercándome a su pecho.  

-Mírales.-me susurró al oído.
Su voz se había tornado áspera y ronca, como si hiciese días que no pronunciaba
palabra. Señaló a los escasos transeúntes que caminaban despreocupadamente por
la boca del callejón sin reparar en nosotros.- Nadie te va ayudar, ¿y sabes
porqué? Porque a nadie le importa lo que te pase, escoria. 

-Iras a la cárcel.-farfullé
con dificultad. La presión de su brazo iba poco a poco dejándome sin respiración.


-Probablemente.-respondió
con despreocupación.- Una par de años que se rebajan con buena conducta… Al fin
y al cabo ya he estado allí y no es tan horrible. ¿Sabes que es lo mejor? Que
ya será tarde. Tarde o temprano saldré, pero tú ya estarás muerta, y nadie podrá
cambiar eso. 

-Por favor…-supliqué,
mientras me invadía esa sensación tan amargamente conocida: El miedo. 

Un torrente de imágenes
pasó por mi cabeza, recuerdos de tiempos lejanos, en los que pensaba que todo
era culpa, que me lo merecía, que era una miserable porque hacía sufrir a ese
hombre que soportaba todos mis errores. Hasta que comprendí que él era el
responsable de todo, no yo. Pero esos días habían acabado, y el miedo con
ellos. Me había echo sentir indefensa y miserable, y me prometí a mí misma que
nadie volvería a hacerme sentir así… nunca más. 

Era una mujer echa y
derecha, independiente, solo yo tenía poder sobre mi vida, y no iba a permitir
que aquel indeseable acabase con ella así como así. No sin luchar. 

En e-mail que me mandaron
hace tiempo para prevenir y protegerse en caso de atraco, leí que el codo era
la parte más fuerte del cuerpo. Si me estuviesen atracando, no lo hubiese usado
por miedo a que el ladrón pudiese
hacerme daño. Pero ahora sabía
que iba a hacérmelo, así que le di un codazo en las costillas. Oí un grito e
inmediatamente aflojó la presión sobre mi cuello, lo que aproveché para echar
su brazo hacia atrás y coger de nuevo el móvil, que había caído al suelo
mientras forcejeaba con él para impedirle que me llevase hasta el callejón.
Marqué el 091. 

-¡Basura!-gritó a mis
espaldas. Corría hacia mí, pero tuve una idea: El manos libres. Justo después
de activarlo, me agarró por la espalda, y el móvil cayó al suelo. Me tenía
cogida por la cintura y yo pataleé furiosa en el aire. Me empujó contra la
pared y mi cabeza impactó contra ella, y seguidamente su puño golpeó mi mandíbula
con fuerza. 

-No deberías haber echo
eso.-siseó. 

Empezaba a notar el sabor
amargo de la sangre en la boca cuando una voz sonó al otro lado del teléfono.
Me aplastó contra la pared y me tapó la mano con la boca, sin atreverse siquiera
 a proferir una amenaza.  

Tenía que contestar rápido
o pensarían que era una broma y colgarían. No tendría otra oportunidad.  

Le mordí la mano hasta
que la retiró gritando. Lancé una patada hacia atrás hasta y noté que impactaba
contra alguna parte de su cuerpo y que se retiraba un poco. Aproveché esta ventaja
para escabullirme y me acerqué corriendo al teléfono sin dejar de gritar: 

-¡Calle de los
cristaleros! ¡Manden a alguien! ¡Estoy en un callejón, delante hay una farmacia
y… Aaaah! 

Se había levantado y
llegado hasta mí sin que me diese cuenta, me derribó y caí al suelo. Mi mandíbula
dio contra los adoquines. No podía incorporarme, de modo que intenté
arrastrarme hacia él, escupiendo sangre, pero fue en vano: No pude impedir que
cogiese el móvil, colgase y lo lanzase a la otra punta de la calle. Se volvió
para mirarme con una expresión de loco fugado del manicomio. 

-No deberías haber hecho
eso.-repitió, y se lanzó sobre mí. Rodé hacia un lado y cayó de rodillas al
suelo. Conseguí ponerme en pie y me alejé mientras se incorporaba, pero él era
el que estaba más cerca de la salida del callejón, de modo que para escapar
tendría que haber corrido en dirección suya, así que no podía escapar. Debía resistir
hasta que llegase la policía.  

-Ya no soy aquella mujer
indefensa a la que usabas de punching ball.
Ya no te tengo miedo. 

-Deberías. 

Ninguno de los dos nos
movíamos, nos limitábamos a observarnos el uno al otro esperando captar el más
mínimo fallo en nuestro rival. 

-He estudiado defensa
personal.-mentí.- Podré aguantar hasta que venga la policía. Si fueses
inteligente, te irías.  

-Tienes razón.-concedió.-
Tengo poco tiempo. 

Y dicho esto, salió
corriendo hacia mí y me aprisionó contra la pared del callejón. No tenía
escapatoria, de modo que solo me puse de espaldas para que no golpease mi cara
con su puño ni mi cabeza contra los ladrillos del edificio. Empezó a darme
patadas y puñetazos y a estirarme del pelo con brutalidad. Yo no sabía nada de
lucha, pero era una experta en dolor. Busqué su cara con la mano, la palpé y le
metí los dedos en los ojos. Chillo de dolor y de furia, pero en un acto reflejo
se separó de mí lo suficiente como para que me escabullese. Corría hacia la
salida del callejón, hacia la libertad… Le noté detrás de mí, y me paré para
lanzar una patada hacia atrás, pero me cogió del pie, haciéndome perder el
equilibrio y caer al suelo. Intenté levantarme, pero ya estaba encima mío. Rápidamente,
aprisionó mis brazos y mis piernas contra los adoquines. No podía moverme, ni
escapar. Había llegado el final, pero me iría con la cabeza bien alta. 

-¿Esto es todo? ¿No has
traído ninguna pistola, ni un mísero cuchillo de cocina? Eres un idiota.
Pensabas que acabar conmigo iba a ser muy fácil, ¿no? Y, ¿te creerás muy hombre
cuando me mates y vayas a la cárcel? No creo. Antes has dicho que ya nadie podría
hacer nada por mí, pero eres tú el que me da lástima. Te pasarás el resto de tu
asquerosa vida reprochándote lo que hiciste. ¿Y dices que yo no le importo a
nadie? Serás tú el que estará solo… Has alejado a todos los que te querían. Sí,
realmente me das mucha pena.  

-¡¡¡¡CÁLLATE!!!!- bramó,
y me pegó un puñetazo en el estómago.  

Entonces, las sirenas de policía empezaron a sonar
por todas partes.  
Él echó a correr. Casi no podía moverme, pero no podía consentir que escapase. Haciendo acopio de todas mis fuerzas y le agarré del pie con mabas manos, de un modo parecido a como él mismo había echo conmigo unos segundos antes.
Apenas le había dado tiempo a levantarse cuando llegaron tres policías enarbolando sus pistalos. Uno de ellos le acorraló y le esposó. él y un segundo policía le escoltaron hasta el coche patrulla, y el otro se quedó conmigo.
-No se preocupe, la ambulancia llegará en seguida.-dijo.- Ha sido usted muy valiente. No sabe la de asesinatos que hemos tenido que ver porque mujeres como usted no han tenido ese corage que a mostrado esta noche.- se percató de como seguía con la mirada el coche patrulla, y añadió.- Descuide, nos encargaremos de que no vuelva a acercársele. De modos, tampoco creo que lo volviera a intentar, ¿sabe porqué?-negué con la cabeza.- Porque sabe que ya no le tiene miedo, y eso imprica que a perdido todo el control sobre usted. Es la única dueña de su vida y de su destino. No lo olvide.  

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1 comentarios:

  1. Está bueno: quedé real y literalmente impactada. Me fascina que la gente, los escritores si vamos al caso, tomen temas tan serios como éste. Nada más que agradecerte por tocar la violencia de género, recrear la situación y dar un mensaje a todas las mujeres (niñas, adolescentes, jóvenes y toda aquella que te lea) de fortaleza y esperanza. Nada más que agregar porque como te dije antes estoy un poco bloqueada a causa del relato, que si bien no es algo que no veamos todos los días a toda hora, sí puede resultarnos desconcertante.
    Saludos. :)

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